lunes, febrero 02, 2015

Empleo y calidad de vida: ¿Por qué las mujeres siguen perdiendo?

Ayer se aprobó la ley que crea el Ministerio de la Mujer y Equidad de Género, en medio de un escenario político en el que la discusión sobre los desafíos y orientaciones que deberá asumir la nueva cartera no ha tenido mucha cabida. Preocupante déficit, considerando la persistencia de la brecha que perjudica en términos de ingresos y calidad del trabajo a las mujeres en Chile. 

Según la investigación Mujeres en Chile y mercado del trabajo: Participación laboral femenina y brechas salariales, publicada por el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) en 2014, la participación de las mujeres chilenas en el mercado del trabajo continúa siendo sensiblemente baja, “tanto en comparación con la participación de los hombres como a la participación de las demás mujeres de América Latina”. 

El estudio indica que existen significativas brechas salariales negativas para las mujeres en todos los sectores económicos y tipos de ocupación. Según el INE, las brechas “en todos los perfiles estudiados son principalmente explicadas por una prevalencia del efecto discriminación”. La dotación de educación, además, no mejora la situación de las mujeres respecto de los hombres. De hecho, “aún cuando ellas poseen un capital humano mayor que el de los hombres, en promedio sus remuneraciones son más bajas”. 

Los datos del INE son consistentes con los que arroja la última versión del informe provisional de Panorama de la Educación de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Econónomico (OCDE) dado a conocer el 18 del mes en curso. El estudio indica que aún cuando hay más mujeres con estudios superiores en los países de la OCDE, hay más hombres que obtienen trabajo con ese nivel de educación. Chile se encuentra, como era de esperar, por debajo del promedio de dichos países. 

“Aún cuando ellas poseen un capital humano mayor que el de los hombres, en promedio sus remuneraciones son más bajas”, afirma el informe del INE. Una encuesta de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en tanto, realizada a 1200 compañías de 39 países y publicada el 19 de enero pasado, destaca que en Chile menos del 5% de las personas que componen las juntas directivas de las empresas son mujeres. Este porcentaje es similar al existente en países como Rusia, India y Japón e inferior al de Turquía y México. 

Si bien las conclusiones y recomendaciones de los informes del INE, la OCDE y la OIT son distintas en sus énfasis, coinciden en observar que en relación a los hombres en materia de ingresos y calidad del empleo las mujeres resultan desfavorecidas debido, principalmente, a su concentración en tareas secundarias y a las mayores responsabilidades que detentan en el ámbito familiar. 

Las cifras parecen dar razón a la pensadora feminista Silvia Federici, que en una difundida entrevista al medio español eldiario.es describió la incorporación femenina a un empleo que no modifica la división sexual del trabajo como “un nuevo patriarcado en el que las mujeres deben ser dos cosas: productoras y reproductoras al mismo tiempo, una espiral que acaba consumiendo toda la vida de las mujeres”. 

¿Por qué siguen perdiendo las mujeres? 

“En relación al desafío de eliminar todas las formas de discriminación contra las mujeres es fundamental abordar el problema desde una mirada que comprenda al trabajo en todas sus dimensiones, como el Trabajo Doméstico No Remunerado (TNR), que incluye actividades fundamentales para la mantención del hogar, el cuidado de otros miembros y producción para el autoconsumo”, señala Benjamín Sáez, sociólogo e investigador de la Fundación Sol. 

“La creciente incorporación de la mujer al trabajo remunerado no tiene la misma velocidad que los cambios que se requieren en la división sexual del trabajo”, señala Benjamín Sáez de Fundación Sol. Según Sáez, “la creciente incorporación de la mujer al trabajo remunerado no tiene la misma velocidad que los cambios que se requieren en la división sexual del trabajo para asegurar una distribución equitativa de las actividades productivas”. En consecuencia, afirma el sociólogo, “las mujeres deben asumir una doble jornada de trabajo al ingresar a un trabajo remunerado, debiendo ocupar su tiempo libre en tareas domésticas”. 

La consecuencia de una división del trabajo que perjudica a las mujeres, asegura el investigador de Sol, “es que su inserción en el trabajo remunerado es más precaria: según la última Encuesta Suplementaria de Ingresos (NESI 2013) el promedio de ingreso de las mujeres trabajadoras es un 70% del promedio salarial que reciben los hombres y un 62,8% de las ocupadas recibe menos de $300.000 por su trabajo”. “A pesar de los mayores niveles de educación -añade Sáez-, brecha salarial crece a medida que se incrementa el nivel educacional y salarial. La brecha entre hombres y mujeres ha aumentado significativamente en los empleos asalariados formales. A

demás las mujeres se insertan en empleos de menor calidad: de todo el empleo creado en los últimos 4 años para las mujeres, un 62,3% se caracteriza por una inserción endeble (creado en la economía informal), mientras que para los hombres esta cifra es de un 53,2%”. 


El punto de partida: Corresponsabilidad 

Para la analista política, asesora de la Segpres y creadora de Hay Mujeres, María de los Ángeles Fernández, el “piso pegajoso” que deben atravesar las mujeres para ingresar al mundo del trabajo contribuye a una “brecha de clase” en la medida que “las mujeres que consiguen posiciones más altas, llegan con lo que se llama “sobremérito”, es decir, debiendo mostrar mucho más que un hombre en el mismo nivel y siendo más de élite porque, a su vez, necesitan más contactos y más redes”. Si bien Fernández considera que “las políticas de cuotas en el poder político han sido muy exitosas donde se han aplicado”, advierte sobre su insuficiencia en el contexto de la “oligarquización de la política” imperante: “si logramos que el 40% de las listas de candidatos al Parlamento sean mujeres, ¿qué tipo de mujeres van a estar ahí? La señora Juanita no va entrar. Ahora los distritos van a ser más grandes, ergo, se va a necesitar más dinero para competir y esa también es una barrera estructural para las mujeres”. 

Julia Medel, investigadora del Centro de Estudios de la Mujer (CEM), coincide en las limitaciones de las políticas de cuotas y sitúa el origen del problema en la distribución de los roles por género y las tareas de reproducción y cuidado. “Las políticas públicas deben preocuparse de una conciliación trabajo familia con corresponsabilidad. De lo contrario, mejorar la situación de las mujeres es imposible”, asegura Medel. “Una mujer puede trabajar siempre y cuando organice el cuidado de los hijos -señala Medel-. El hombre, en cambio, cumple con su rol cuando es un proveedor económico. El cuidado de niños y adultos mayores queda a cargo de la mujer, ya sea a través de trabajo pagado o no. Esa asimetría marca el ingreso de las mujeres al mundo del trabajo. Para las que tienen menos ingresos, es peor, porque al no tener recursos para pagar un servicio doméstico, deben conformarse con empleos precarios, temporales y de baja remuneración”. 

Para la investigadora del CEM, que las mujeres no logren acceder a mejores trabajos pese incluso a que aumenten su nivel educativo y perfeccionamiento respecto de los hombres, obecede a que la asimetría recién descrita no es abordada como sociedad. “Las políticas públicas deben preocuparse de una conciliación trabajo familia con corresponsabilidad, es decir, que tanto hombres como mujeres cuiden de las personas a su cargo. De lo contrario, mejorar la situación de las mujeres es imposible”, sentencia Medel. De acuerdo a la socióloga del CEM, el programa Chile Crece Contigo supuso “un avance significativo, que es muy apreciado por las trabajadoras”. 

No obstante, advierte que “el cuidado de los niños más grandes se sigue resolviendo de manera privada, lo que incide en el acceso desigual de las personas al trabajo. En otros países eso se organiza de una manera más social y colectiva, brindando el Estado al niño el derecho al cuidado”. “Se debe abordar como una política de Estado la necesidad que tenemos todas las personas de ser cuidadas y el deber que tenemos de cuidar”, asegura Medel. María de los Ángeles Férnandez sintetiza el desafío en la frase “desmaternizar las políticas de trabajo”, partiendo de la base que “el mundo de la producción y el de la reproducción no se pueden dar la espalda y que hay que incorporar a los hombres, hablando más que de “conciliar” de “corresponsabilidad” de hombres y mujeres en ambas esferas. Esa flexibilidad laboral, entonces, debe ser para ambos, porque si se limita a las mujeres se cae en precarizar aún más su trabajo”. 

Repensar el trabajo mismo 

 Esa necesaria flexibilidad para la corresponsabilidad sobre la esfera reproductiva, piensa Julia Medel, supera el problema de género como tal y requierepolíticas que repiensen “la relación que hay entre trabajo, familia y vida personal. Si estamos pensando que la condición de las personas es solamente producir, estamos olvidando la calidad de vida como armonía entre trabajo y vida personal”. La socióloga del CEM llama la atención sobre lo nocivo que es para la posibilidad de una mayor dedicación al cuidado “la cultura de estar dependiente de las necesidades de la empresa, incluso naturalizando el ser interrumpido en el hogar por una llamada telefónica o un correo electrónico que te obliga a mantenerte ligado”. A lo anterior se suma, estima Medel, “que en una jornada laboral tan larga como la chilena, de 45 horas que nunca son 45 horas, compatibilizar ambas esferas es muy difícil”. Para abordar el problema desde su raíz, la socióloga considera necesario un trabajo interministerial en conjunto con las organizaciones de trabajadores que asuma que “Chile tiene la deuda de disminuir la jornada ordinaria de trabajo”.




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